Contra el genocidio femicida.
A las mujeres las excluyen, las humillan, las venden, las violan y las
matan. Son las grandes oprimidas de la historia. No hay registro de tiempo
alguno en que las mujeres no hayan sido subordinadas y explotadas por los sistemas
y gobiernos del mundo. Claro que no son las únicas. También se oprime a los
pueblos conquistados sin distinción de género, a los negros y los indígenas de
cada región, a los esclavos y los obreros, a los campesinos que alimentan a la
humanidad desde hace siglos, y así también se ultraja y explota a la tierra que
trabajan, la Madre Tierra, que no por nada también es mujer.
Porque todo está organizado en un mundo de conquistadores y
conquistados, entre amos y subordinados, entre los propietarios del mundo y los
que venden la voluntad sobre su cuerpo por un poco de dinero para comer. Y ahí
donde un pueblo es conquistado, donde un grupo ejerce su voluntad sobre el
resto, la jerarquía de poder reserva a las mujeres la mayor opresión. A la
mujer negra y a la indígena, a la campesina y a la obrera, a la pobre y a la
esclava, a la madre y a la hija, es decir, a la mujer oprimida, se la roba y se
la vende como ganado, se la ofrece al mercado para que la violen todos los días,
para que unos hombres paguen para alquilarla por un rato, como un objeto de uso
y descarte, o para que, si no tienen dinero, la violen en la calle o en su propio
hogar, bajo la negación y el silencio de los vecinos y familiares.
Porque el oprimido reprime a los que están por debajo, descargando las
presiones que otros ejercen sobre ellos. Así, el ejercicio de poder se
transmite desde la cima hasta los rincones más marginados de la sociedad. Los banqueros
financieros excluyen a las banqueras, los diputados y senadores excluyen a las
diputadas y senadoras, los jueces a las juezas, los generales a las generalas, los
jefes de hogar a las mujeres de la familia, y así también escasean las patronas
en las fábricas y las estancias, o incluso se las excluye de los puestos
dirigenciales en los sindicatos y organizaciones sociales. Porque antes que persiguieran
a los luchadores políticos, a los religiosos y a los pueblos conquistados, una
primera represión y explotación se ejerció sobre éste grupo social, diferenciadas
por la naturaleza de sus genes, a las que sistemáticamente se reprimió y
masacró en el ejercicio del poder, significando no solo el primero, sino
también el más extendido y perdurable genocidio de la historia.
Por eso no basta con repetir una frase todos los tres junio, o desearles
un feliz día la fecha en que se repudia la masacre y represión a las trabajadoras
que luchan por sus derechos. Hace falta mirarse a sí mismo y a su alrededor
todos los días, sin importar si se es hombre o mujer, y estar preciso hasta en
los detalles más banales, desde las pequeñas humillaciones naturalizadas hasta
las ofensas más crudas, para cuestionarse en cada acto y en cada palabra cómo eso
que hacemos o dejamos de hacer reproduce y perpetúa un genocidio femicida que
atraviesa todas las culturas del planeta.
Hay que denunciarlo, gritarlo en la calle, unirse para enfrentarlo,
proteger a las víctimas, condenar a los victimarios, difundir la cultura del
respeto, la igualdad y la solidaridad entre los géneros y los pueblos del mundo.
Porque esta lucha no presenta un enemigo claro, un villano antagónico
diferenciado de nosotros, que espera detrás de las vallas a que vayamos a
buscarlo. Nuestro enemigo está infiltrado entre nosotros, sin diferencia de
género, edad o clase social, como cultura patriarcal, naturalizada en nuestras
ideas y sensaciones, en nuestros gustos y hábitos, en nuestros actos y
palabras.
No es solo cuando las manosean, golpean, secuestran, violan o matan.
Esos, además de machistas, son actos delictivos y criminales. Son condenados legal
y públicamente, aunque en su combate también se ve atravesado el machismo,
cuando en la práctica se las condena a ellas, las víctimas, en lugar de a
ellos, los victimarios.
Pero también hay otras ideas y actos que deben ser erradicados, porque
mientras persistan, se seguirá retroalimentando la cohesión que permite ejercer
y desarrollar la cultura machista:
Cuando les negamos el desarrollo de sus potencialidades físicas para
conservarlas como un delicado objeto para el deleite estético.
Cuando desprestigiamos y desautorizamos su intelecto, relegándolas a
puestos subordinados por hombres.
Cuando les negamos los puestos laborales, o se los otorgamos con salarios
menores.
Cuando las confinamos a tareas domesticas de mantenimiento de la
familia, y por si fuera poco decimos que eso no es trabajo, y que por lo tanto no
deben recibir una remuneración que les permita independencia económica.
Cuando al prohibirles ejercer la voluntad sobre sus cuerpos, las condenamos al aborto insalubre y marginal que pone en riesgo sus vidas.
Cuando abusamos de ellas y de sus hijos en los delicados y vulnerables momentos de parto.
Cuando, en fin, les negamos el desarrollo de sus potencialidades
físicas e intelectuales, y basados en ideas de supuesta inferioridad, las
perpetuamos en tareas de subordinación, como títeres manipuladas por hombres bajo amenaza de muerte.
Por eso:
Contra la cultura machista y el genocidio
femicida, cortemos los lazos del patriarcado.
Contra la explotación del pueblo,
quememos las leyes de la economía capitalista.
Contra el ejercicio del poder,
destruyamos las estructuras jerárquicas de autoridad.
Por la igualdad solidaria entre todos los
hombres y mujeres del mundo,
y porque solo así podremos evitar la
extinción de la vida en la Tierra.
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