Otra herida abierta en las islas del Delta.
(Diciembre 2016)
Otra herida abierta en las islas
del Delta. Otra vena abierta por donde desangrar la naturaleza de América
Latina. Otra vez una mega empresa haciendo sus negocios, levantándola con pala;
y otra vez un pueblo que se une para enfrentarlo.
Los puñales son las dragas de
Pentamar. También son sus manos las que apuñalan el humedal. La herida abierta
está cerca del Río Luján, entre el Arroyo Caraguatá y el Río Carapachay, en el
Delta Tigrense de la Provincia de Buenos Aires. El mismo modus operandi de
siempre, la misma fuerza de destrucción, la misma gangrena civilizatoria
prometiendo destruir otra porción del pajonal.
Las ciudades nacieron de espaldas
a la naturaleza. Matan sus animales, cubren la tierra con asfalto y cemento,
fumigan el aire para que no persistan ni los insectos; usan sus aguas como
cloacas, y usan las cloacas como bebida. La urbanización occidental se propaga
incansable hasta los confines más remotos. Parece insaciable, parece imparable.
La triste noticia de los últimos
siglos, es que el atropello que soportamos sumisamente las personas, la
naturaleza parece no poder soportarlo. Pero esto no preocupa al planeta. No se
levantará la Madre Tierra para decirnos que llegó el momento de frenar las
máquinas, que es tiempo de conformarnos con lo que hemos logrado extraerle. La
Tierra podría volverse un yermo árido y desierto, y nunca le veremos derramar
una lágrima por nosotros. Defender nuestra vida es un interés que nosotros
mismos debemos llevar adelante.
¿Pero cómo explicárselo al empresario
globalizado, que migra de acá para allá buscando el mejor negocio para su
bienestar individual? Sus máquinas no comen por hambre, sino por codicia.
Mientras tenga un rincón de lujos donde vivir, el resto del mundo puede
sumergirse en la más fría oscuridad. En Argentina, parece que Tigre es su
rincón elegido.
Lugar propicio. Tierras baratas
por inundables. Nada que una buena maquinaria no pueda desviar hacia la casa
del vecino. La naturaleza, ese bien en extinción, acá se conserva con delicada
dedicación. Pero ellos no quieren vivir en
la naturaleza, sino de la naturaleza.
Un poco de verde, un poco de aire para respirar. Bastaría instalarle unos tubos
de oxígeno al aire acondicionado, pero es más barato conquistar nuevos
territorios.
No hizo falta ir muy lejos para
encontrarlos. Los barrios cerrados brotan en Tigre como picaduras de mosquito.
Así también chupan la sangre estos parásitos de la sociedad. Encerrados, los
ríos desbordados los rodean encauzados por sus endicamientos; igual que las
personas son canalizadas por sus murallas. Bajo este plan de vida construyeron
Nordelta, una ciudad privada reconocida por sus mansiones clandestinas
–evasoras de impuestos por figurar como terrenos baldíos- donde habitan desde
la farándula argentina hasta narcotraficantes internacionales, codo a codo con
funcionarios políticos. Con este mismo propósito intentan construir Remeros
Beach y Venice. Me pregunto a dónde imaginarán que va toda esa agua que alguna
vez desaguó en sus tierras. Supongo que no se lo preguntarán, o no les
importará la respuesta. Es que donde gobierna el egoísmo no rigen las
explicaciones.
Será que el continente ya les
queda chico, o que ya no soportan el ruido de sus propias máquinas. O, quién
sabe, será que ya no soportan tanta gente en el mundo que de un día para el
otro se nos da por defendernos. Por lo que sea, hace ya tiempo que clavaron sus
ojos en el Delta, y no solo sus ojos, sino también sus colmillos y sus puñales.
Numerosos son los megaemprendimientos que laceran el humedal, desviando sus
aguas y destruyendo la necesaria e irreemplazable función ecológica que cumple.
Y no es que no lo sepan, sino que no les importa. De ignorarlo, les bastaría
leer el informe de impacto
ambiental que les es obligatorio presentar si pretenden obtener el
permiso municipal para comenzar las obras. Pero cuando uno pregunta, no solo no
lo han leído, sino que ni siquiera lo han realizado. Vaya uno a sacar sus
propias conclusiones sobre las razones por las cuales el municipio mira para
otro lado, sobre por qué hace falta golpearles la puerta cada día para que
recuerden que ellos mismos decretaron la Ordenanza 3343/13, aprobando el Plan
de Manejo Integral de Tigre, que prohíbe estos emprendimientos en las islas,
ordenanza que está en línea con la nueva Ley Nacional de Protección de
Humedales y con la Convención Internacional sobre los humedales, al cual
Argentina se adhiere desde 1971. No les haría falta salir de sus casas para
verlo, sino tan solo despegar sus drones,
de los que tanto alardean y tan caro han costado, y usarlos para algo
más que atrapar ladrones de cartera. Al menos así sus inspectores esquivarían
las balaceras a las que estas empresas no dudan en someterlos. Tampoco hace
falta un presupuesto exorbitante para abrir el Google Earth y recorrer las imágenes
del Delta un rato al mes. Así nomás lo vimos nosotros, que no somos ningunos
detectives privados, cuando quisimos saber qué estaban haciendo las máquinas
que acometían contra el humedal en los fondos de nuestros hogares. Así nomás se
sigue viendo la herida del Colony Park, que tardará muchos años en cicatrizar,
si es que lo hace, y cuyo empresariado no dudó en recurrir al incendio de casas
para desalojar a los habitantes de la zona. Es que la conquista del territorio
no concluyó con la independencia de la corona española, ni tan siquiera con la
campaña de Roca en 1879. El mismo afán lucrativo impulsa hoy nuevas conquistas
y genera nuevos conquistados, que son desplazados de sus tierras de hábitat y
trabajo para caer, inevitablemente, entre la fuerza de trabajo disponible para
estos mismos empresarios.
Así los ricos son cada vez más
ricos, cada vez más aislados tras sus murallas de tierra, ladrillo y púas,
ahorrando en gastos desagotando su mierda hacia el río. Así los pobres cada vez
más pobres, más dependientes del trabajo de comemierda de los ricos, más
sumergidas sus esperanzas bajo promesas liberales de inversión y progreso.
La cruz de la espada occidental
nos conquista y nos sigue conquistando cada día en muchísimos aspectos de la
vida diaria, pero hay cuestiones de las que nunca logró ni logrará convencernos:
no hay indulgencias para los ricos que someten al pueblo, como tampoco hay
felicidad eterna para los sometidos que no luchan por construir el paraíso acá
en la tierra. Los isleños, tanto los que han nacido como los que elegimos estas
tierras para vivir, no solo debemos tener fe y esperanza, sino también
convicción y valentía. Porque es nuestro derecho, pero también es nuestra responsabilidad, defender el territorio
contra las nuevas conquistas que invaden al pueblo, ya no con banderas, sino
con logotipos.
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